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Enero y más (Feliz martes)
Sonábamos como una rumba,
como unas palmas descontroladas,
como un sol resistente,
como una sonrisa perenne.
Feliz martes.
Cuando aparezca será increíble,
mágico y reconocible,
lo que tanto se hace esperar
dura una eternidad.
De trenes
Lo más bonito fue la despedida,
dejarlo todo por la mitad,
sin terminar ni empezar,
a medio camino entre el cariño y el amor,
entre el odio y la incomprensión,
entre la verdad y la mentira más sucia,
más sucia o más bonita.
Me hiciste sentir a toda velocidad,
sin frenos,
y aunque fuéramos efímeros como esos besos interminables,
esa emoción y tensión palpable
(tan masticable),
esa furia insaciable
sé que fue lo que le dio forma a nuestros sentidos.
El camino a la estación no fue lo más duro,
sino las playlists de nuestra historia
que se colaban a todo volumen por mis oídos
provocándome querer dar marcha atrás
y pedirte que dejáramos de hacer el tonto.
Siempre creí que no duraríamos más de dos sonrisas
y al final me ataste a tu cama
con un lazo invisible que no supe -o quise- cortar;
supongo que en realidad quería lanzarme al abismo
y que tú me sujetaras con el mismo lazo invisible que tanto criticaba.
Y lo sé, qué le voy a hacer,
ya no sé ignorarte
ni apartarte,
ya lo hice más veces de la cuenta
en un pasado no tan lejano
y no pude resistirme al final.
Agradezco al verano las gafas de sol,
podré ocultarme de tu mirada intensa
aunque sepa que conseguirá atravesarme
en diagonal,
vertical u horizontal
si nos volvemos a cruzar.
Todo llega,
y ahora te sonrío desde la ventanilla.
Me voy para escribir lo próximo
que me hará sentir algo más lejana a ti.
Ah,
se me olvidaba,
no llames;
abandonémonos a ese destino que tenemos por absurdo
y riamos ante la posibilidad de reencontrarnos.
¿Quién en realidad? VERSIÓN 2
El viento se colaba por las ventanas de su pequeña casa parisina y hacía ruidos extraños que simulaban la respiración entrecortada de alguien conocido mientras se estremecía entre las sábanas.
Los sonidos de los frenos y aceleradores de los coches retumbaban cada noche en sus oídos, formaban parte de la banda sonora de sus días. Y esto era así hasta el punto de no poder dormir sin escuchar el ruido de esos medios de transporte acelerados. Se imaginaba la historia que podría haber tras cada sonido, y no le molestaba el hecho de que aviones atravesaran su cerebro cuando no podía dormir y lo necesitaba.
Todos sus días pasaban entre esas cuatro paredes, sus miedos y esperanzas, sus amores crueles y los más fieles, las peleas y las risas que le destrozaban los esquemas, los sueños que necesitaba cumplir de un momento a otro para poder seguir con todo, las tantas y tantas llamadas de madrugada a la persona que mejor la conocía, las horas perdidas escribiéndole a alguien que aún no había aparecido en su vida pero que sabía que acabaría apareciendo…
Nunca le gustaron las cosas simples, o quizás nunca encontró algo que fuera normal y al mismo tiempo extraordinario. Una vez le dijeron como insulto que era una persona peliculera, y fue de lo que más le sorprendió, pues vio claro en ese momento que la vida de gente que a veces tenía alrededor era tan poco estimulante que simplemente le producía tristeza. Peliculera, vale, ¿pero peliculera por qué? ¿Quizá porque le pasaban cosas que no le ocurrirían jamás a las personas que no salen de sus casas para vivir nuevas aventuras?
«Es imposible que te pasen tantas cosas»
«Te noto poco centrada»
«¿Y te vas así como así de Madrid dejando la universidad apartada?»
«Sales demasiado»
Fue precioso levantarse un día y darse cuenta de que todas las cosas que le pasaban, siempre +18, podrían ser utilizadas para la que podría ser una bonita historia ficticia inspirada en su vida. Tampoco es que ella hubiera vivido cosas tan extraordinarias como para escribir una obra maestra, pues además era muy joven, pero sentía la necesidad de plasmar lo que se le pasaba por la cabeza y lo que le ocurría en la realidad cuando salía a despejarse de sus obligaciones, algo que hacía demasiado a menudo a los ojos de los demás, repletos de un dia a día tan simple que le intoxicaba.
¿Quién en realidad?
Mientras tanto se refugiaba en su pequeña mansión parisina que la protegía de todos los males del exterior. Podía pasar más horas de la cuenta sin salir de esa cama que tantas cosas había vivido, que tantos recuerdos le daba cada vez que se inundaba en la misma con sus más profundos pensamientos dichos en voz alta.
Esas cuatro paredes habían despertado en ella las ganas de continuar, de seguir canalizando sus extravagantes planes en un futuro prometedor que nadie comprendía. Solo ella sabía lo que le esperaba, el no saber para acabar con la mejor de las sorpresas entre los labios.
Siempre supo que no quería una vida como la de las demás, tan simple y vacía de idas y venidas existenciales. Ella era así, un guión a medio escribir, una aventura continua, un cuerpo difícil al que acoplarse por todo lo que exigía, una mente rápida que necesitaba más que la mayoría de gente de su alrededor, gente que acababa agobiándola por el hecho de no tener ambiciones sobre las que poder escribir una historia pasional.
Necesitaba momentos grandes y brillantes, un cambio emocionante constante y alguien que aguantase su ritmo dubitativo y tan intenso al mismo tiempo.
¿Que si habla de sí misma? ¿De quién si no? Pero, ¿quién era ella misma en realidad? Todos pensaban que estaba perdida, pero su viaje solo acababa de empezar.
París le sirvió para curarle, para olvidarse de los males de un pasado no tan lejano que hacían que su frágil corazón se atormentara cuando pensaba en ello. Le gustaba dejarse llevar, aunque quizás a veces lo hiciera demasiado.
Los besos se convertían en el ideal de una vida junto a la persona del bar a la que se entregaba, las llamadas en un futuro compartido, pero la realidad no era más que un «me ha encantado conocerte» y no volverse a hablar.
Las relaciones del siglo XXI son algo macabro y violento. Nadie tiene ganas de esforzarse por que algo funcione. Bueno, miento, un 10% de la población -porcentaje en el que antes me incluía siempre-, daría lo que fuera por encontrar a alguien tan entregado y apasionado como ellos, pero me temo que para estos estas personas tardan más de la cuenta en llegar. Eso sí, cuando llegan no las dejan marchar al llevar demasiado tiempo esperando a la persona correcta que no les utilizaría como una cámara de usar y tirar -aún sabiendo que ellos hacen lo mismo más veces de las que les gustaría reconocer a los demás-.
Se lanzó a la aventura para dejarlo todo atrás. Dejó el desenfreno de su cuidad por un poco de paz. Aterrizó un uno de septiembre y se puso a trabajar. Lo que nunca imaginó es que su vida, que antes creía ajetreada, se convertiría en un continuo no parar. El descanso no fue el destino del viaje que tanto buscó, sino lo que en realidad quería su verdadero pensamiento: una acción sin frenos que le llevaría hacia lo más misterioso, elegante, extravagante y excitante del universo.
–
A ver cómo te explico que me he perdido,
que cambié mis sentidos por otros más simples,
mis palabras por movimientos por definir
y mis firmes miradas por un no observar con determinación.
A ver cómo te explico que perdí las ganas
y que no fue el viento quien se las llevó,
sino personas de paso en nuestras vidas que destruyeron todo,
lo quisieran o no,
poco a poco.
A ver cómo te explico que esto nunca lo explico,
que mi espontaneidad fue remplazada por el silencio
y que sonrío mientras sé que me evado por dentro.
A ver cómo te explico,
a ver cómo te lo explico…
«When you lose someone who’s your home,
your only home in the world,
and when it happens you think,
‘Oh fuck. I should’ve had a backup home.
Another person,
or place,
or thing.
Something to make me feel safe
and now I don’t have that and now i’m lost.’»
The Necessary Death of Charlie Countryman (2013) dir. Fredrik Bond
Tres ciudades.
Fue fácil encontrarnos
sin ni siquiera buscarnos,
fue fácil vernos envueltos en besos
y en palabras tan sinceras
que amenazaban con atraparnos,
con hacernos escondernos del resto
y vivir lo que fuera que sentíamos
ocultos al exterior,
a la vulgaridad de las personas.
No es fácil sentir tantas emociones,
y en poco tiempo nos enganchamos
el uno del otro
pese a que millones de pisadas
nos separaran sin que pudiéramos hacer nada al respecto.
A veces me da rabia que seamos tan jóvenes,
porque de tener más edad
no dejaríamos escapar
la fuerte adrenalina que nos une
cada vez que nos miramos.
De momento nos conformaremos
con tocarnos
cada vez que coincidamos;
quién sabe cada cuánto,
lo único bueno es que la vida da tantas vueltas
que quién sabe si en tres años
nos veremos en la misma ciudad viviendo
para arrugarnos durante mucho tiempo,
sin fecha de caducidad.
You are my destiny.
España se pierde la maravilla que tuve el placer y la suerte de ver ayer en el Odéon de París, y no me sorprende en absoluto que artistas de la talla de Angélica Liddell se nieguen en rotundo a dar a conocer sus obras en España después de haber vivido en primera persona lo que es el respeto y el amor por el arte que se tiene en países tales como Francia, donde la cultura no se encuentra en un segundo -o cuarto- plano.
Su obra, You’re my destiny, basada en La Violación de Lucrecia, es, como dice Le Monde: «Violenta, provocadora, impúdica y blasfema, su obra hace temblar las piedras”. Ha sido de lo mejor que he visto en mucho tiempo, y el público español no tendrá el privilegio de sentirlo en carne propia.
No sé cómo explicar de forma coherente lo que sentí ayer en la última función de la maravillosa obra de Angélica Liddell. Después de doce funciones rebosando el Odéon de respiraciones entrecortadas y miradas de desconcierto, llega a su fin. Y lo que más pena me da es que el Gobierno, con sus grandes hazañas, provoquen el rechazo de artistas de renombre por sus políticas austeras sinsentido mientras ellos mismos van haciendo caja a nuestras espaldas.
SI QUERÉIS UN CAMBIO, EMPEZAD POR VOTAR EL AÑO QUE VIENE. Las cosas se pueden cambiar. La cultura no debería ser un privilegio, sino un DERECHO.
Foto por Brigitte Edgerand (EFE)
Y si ese fue el principio..
Fue en un after de mala muerte cuando le vislumbré,
iba tan colocado que no articulaba palabra,
solo hacía gestos,
dibujaba corazones en el aire mientras se acercaba sigilosamente.
Cuando abrió la boca quedé fascinada,
nunca había escuchado tanta pasión en una voz tan dulce y grave,
me pedía que le diera mi ropa interior,
quería quemarla
y que estuviera totalmente desnuda ante sus ojos verdes,
tan grandes y grandiosos.
La pureza era todo lo que pedía,
estaba desesperado,
y pese a la hipocresía de sus pupilas,
tan dilatadas como un globo a punto de explotar,
decidí darle lo que quería.
Le dí lo que pedía,
pero no del todo,
parte por parte,
para hacerle enloquecer y calmarle después.
Se llevaba las manos al pelo,
se lo echaba para atrás
y suplicaba que nunca terminara.
Quizás la pureza no era la desnudez
sino el dejarlo todo por averiguar.
Eso le gustaba más,
y con la música alta,
mis caderas a punto de reventar
y la sangre circulando a toda velocidad
me agarré a sus hombros como un imán.
Ahora sonaba un vals,
enlazaste mi cintura a la tuya,
tus pupilas volvieron a la normalidad
y nosotros empezamos la historia
que nunca podríamos contar a los demás,
pues nadie se creería nuestro inaudito principio.
Y si ese fue el principio,
¿cuál será el final?
Escarcha en sus ventanas
El gélido sol nos abrió la frontera
y nos devolvió la luz de los ojos,
antes apagados y entrecerrados.
Volvimos a respirar,
abrimos los brazos
y giramos sobre nosotros mismos
como si la vida nos hubiera devuelto las ganas,
las ganas de seguir caminando
y hallar la puerta a la paz que antes perdimos.
Nos subimos los pantalones,
me hice un moño alto
y te esperé en la pared de los recuerdos.
Por fin parecía que volvíamos a nuestra esencia,
a las motos,
a los conciertos,
a la velocidad
y al calor de cuatro piernas entrelazadas
bajo la oscuridad de la escarcha de tus ventanas.
Agarraste mi mano,
la besaste
y empecé a reir,
volví a reir,
lloraste de felicidad
y volvimos a poner a cero el contador de los recuerdos,
de los nuestros.